◖ 04 ◗
ALEJANDRA.
— Tiene que ser una broma.— susurré, cubriendo mi boca con una de mis manos. Estaba demasiado asombrada y preocupada.
Cuando éramos adolescentes, nuestro mayor miedo siempre fue el no poder aprobar alguna materia. Saber que una amistad nos traicionó, o el simple hecho de llegar tarde a una clase y que el profesor nos molestara y nos dejara castigados.
Conocía ese momento donde te preguntabas ¿Por qué los adultos siempre estaban de malas? ¿Por qué nos decían que debíamos de aprovechar nuestra juventud antes de que fuera demasiado tarde?
Y tal vez al inicio no encontrábamos respuestas, pero al terminar de pasar por aquella etapa de la vida, comprediamos que la siguiente era aun más difícil y que, lo que creíamos obstáculos, no eran nada comparado con lo que vendría después.
El ser adulto era complicado.
Y quizá antes no lo había visto pero después de aceptar aquel gran cambio en mi vida, pude comprender a lo que muchos llamaban problema sin solución.
Todo el mundo sabía de ellos y los tenía, pero el mío era uno que parecía el más grande y preocupante que el de cualquier otra persona.
Me había metido en una situación que nunca imaginé, donde no sabía si había salida o si solamente tenía que seguir adelante y ver qué ocurría después. Recorrer el camino, pidiendo hallar una solución o más bien una salvación.
Porque Víktor tenía razón, el provocó la demencia de los veinte psicólogos que estuvieron con él. Aun seguía en estado de shock, ni siquiera podía creer que fuera cierto, segundos antes de descubrir los hechos podía jurar que esa era otra parte de su juego de entretenimiento. Pero no, resultó ser la verdad más cruda que me habían hecho saber en toda mi vida.
¿Cómo era posible que la cura se hubiera vuelto un fallo? ¿Qué había ocurrido con exactitud para que los profesionales se convirtieran en pacientes? El cambio, fuera drástico o no, era normal para cualquier cosa rutinaria, pero no para eso. Nadie se volvía loco solo por oír idioteces, nadie podía perder la cordura tan fácilmente. Lo sueños no podían ser tan poderosos como para acabar con veinte personas.
Todavía tenía mis dudas sobre el asunto, tantos psicólogos y todos terminaron igual. Tantas palabras dichas, tantos pensamientos diferentes para llegar a lo mismo. ¿Tenían sueños parecidos? ¿Cuánto tiempo estuvieron actuando como si nada antes de caer? ¿Se llegaron a conocer antes de que la maldad de Heber los llenara por completo? ¿Yo los conocía siquisiera de lejos?
Pero lo más importante, ¿Realmente estaban haciendo bien su trabajo?
Quizá no eran tan sabios como debieron de ser, o como lo creyeron, tal vez el problema no era Víktor, sino sus débiles mentes. ¿Acaso acababa de darle la razón a mi paciente?
«“Todos tenemos un gramo de locura dentro.”»
Esas habían sido sus palabras, y a lo mejor cuando las dijo no le di importancia ni mucho menos las tomé en cuenta, pero justamente en ese momento sí lo hice. Recopilando absolutamente todo, llegué a la conclusión de que Víktor no estaba completamente loco y que usaba su cerebro relativamente bien. Su inteligencia era extremista y, en una situación como esa, también era preocupante.
Si solamente él; con unas cuantas palabras, encerrado en una sala y en menos de nueve meses había logrado deteriorar la mente de veinte personas ¿Qué podíamos esperar si estuviera libre, con más tiempo y con acceso a otros métodos?
¿Qué sería de nosotros si Heber mostraba todo su potencial?
¿Qué sería de mí al estar a cargo de su caso? ¿Sería la vigésima primera persona en su lista de logros?
¿Realmente terminaría como los demás? ¿Me catalogaría como una psicóloga que se convirtió en paciente? ¿Así sería el final de mi historia?
Al pensar en un futuro, cuando ya no estuviera y mis hijos o nietos, si es que en algun momento tenía la oportunidad de convertirme en madre, quisieran recordarme, imaginé que sonreirian y dirían que fui una excelente profesional y que logré salvar a muchas personas. No esperaba que eso sucediera y, que por una única persona, estuviera en riesgo mi carrera y estabilidad mental. Deseaba que me recordaran como alguien buena y cuerda, no como a alguien a quien debían de ir a visitar a un maldito psiquiátrico, si es que tenía la posibilidad de recibir visitas.
Jamás esperé pasar por una situación semejante.
Y quizá me estaba adelantando a las cosas, pero era mejor eso a vivir con la absurda esperanza de que todo estaría bien y se resolviera. Era tiempo de despertar y descubrir que no siempre ocurría lo que deseabamos o esperabamos. Porque no siempre superar cosas era tan fácil como nos hacian creer, no siempre las oportunidades, o más bien los nuevos retos, eran buenas, ni mucho menos convenientes.
Decían que todo dependía del punto de observación en el que las cosas fueran vistas, y que siempre había una solución. Diré que era difícil encontrar el lado positivo en una situación como lo era esa y que obtener algo bueno viniendo de Víktor era aun más complicado.
Porque él era la maldad hecha persona, su aura era pura oscuridad. Con solo apreciar su rostro y su macabra sonrisa dejaba en claro que nada terminaría bien y que, con él, debías de soltar algo para que se te fuera entregada otra cosa.
No era necesario explicar a qué cosas me estaba refiriendo, ¿Verdad?
Aun así les daré una pequeña pista: cordura y demencia. La delgada y casi inexistente franja que había entre ellas era lo que determinaba en qué lado estábamos, y tal parecía que esa línea podía ser movida por cualquier persona. En esa oportunidad, el encargado de hacerlo era Víktor.
Heber era el anfitrión de esa gala, donde él elegía quién podría acompañarlo y quién intentaría salvarlo.
Casi siempre habían dos opciones, para bien o para mal. Muchas veces éramos nosotros quienes teníamos el botón para seleccionar, y otras veces no teníamos la oportunidad. Como lo era el elegir una carrera o un trabajo, tener la capacidad de un buen futuro o no. El ser capaces de hacer lo que queríamos o ser obligados a ser lo que más detestabamos.
Pero, como era de esperarse, estábamos hablando del poderoso Víktor Heber, quien con solo un chasquido de dedos era capaz de cualquier cosa, por lo tanto existía la posibilidad de que una tercer opción fuera creada. Y esa era que: muy pocas veces elegiamos algo que pensábamos que nos gustaría durante toda nuestra vida, pero que con el paso del tiempo, o accionar de otra persona, esa elección cambiaba. Como lo era elegir a un político... como lo era el ser profesional y terminar siendo paciente.
Así que bien, todo dependía de lo que pasara después.
Porque todos podíamos alucinar con millones de cosas, así como les había pasado a los demás psicólogos, pero eso no significaba que pudiéramos transformarnos en pacientes de la noche a la mañana. Quedaba claro que eso era acto de otra persona y que por más decisión que se hubiera tomado, el final sería el mismo.
Pero contradiciendo mis anteriores palabras, era inaudito que mis compañeros dejaran que su imaginación los llevara tan lejos que no hubiera un retorno, que se perdieran en sus mentes. Aunque debía de entender que no estaba bien juzgarlos ya que no sabía qué había pasado exactamente con ellos. El mundo entero podía comentar que tenía que mantenerme al margen del asunto antes de decir cosas sobre algo que no comprendía. Pero, la verdad era que me importaba un comino cuáles eran los hechos, jamás aceptaría una cosa como esa.
Y si hablabamos de posibles cosas entendibles y otras no tanto, había una que sí sabía con claridad...
A veces, nuestra mente se podía convertir en nuestra peor enemiga, y no había manera de evitarlo.
— Escúchame, Alejandra, esto no tiene nada que ver. Fueron sucesos drásticos y lamentables, pero ya pasaron.— trató de tranquilizarme Léonard.
— ¿Ya pasaron?— repetí con gracia— ¿Acaso no te sorprende ni siquiera un poco?
— Claro que sí.— respondió de inmediato— Solo te pido que lo olvides.
Sí claro, como si fuera tan fácil.
No podría olvidar una cosa así por más que quisiera, era imposible hacer como si no me hubiera enterado de nada. Ni siquiera sabía por qué estaba diciendo tal estupidez, algo como eso no podía tomarse a la ligera, mucho menos dejarlo de lado. Estabamos hablando de veinte personas, no de una. Eran adultos con años de preparación, conocimiento y experiencia, no eran niños que apenas ingresaban al instituto.
Y maldición, debía de sentarme a pensar si tenía la capacidad de lograrlo. Tenía que estar segura de que no caería con ellos, que sería una extraña excepción. Si desde el inicio tuve mis dudas de que si había hecho lo correcto en aceptar el caso, en ese momento la incertidumbre de qué ocurriría después había aumentado.
Salir de la zona de confort era difícil y si le agregabamos pensamientos negativos, se convertía en algo imposible.
Mi vida ya no seria la misma después de eso.
— Es algo irreal, están locos, ¡Todos! ¿Cómo es posible?— traté de encontrar un respuesta coherente, pero no había ninguna.
— Realmente no lo sé.— suspiró, mostrándose derrotado.
Lo miré, sintiendo lastima por él.
Al parecer el hablar de ese tema le afectaba de sobremanera, y era entendible. Era Léonard el encargado de que, tanto como los pacientes que habitaban el psiquiátrico como los profesionales que trabajan en él, estuvieran fuera de peligro en cualquiera de los casos. Saber y ver que veinte personas que supuestamente estaban bajo tu responsabilidad quedaran inestables mentalmente, fue un golpe crítico para él.
Mi jefe era demasiado quisquilloso a la hora de trabajar, le gustaba que todo estuviera en perfecto estado y que hubiera una completa armonía en el lugar. Por lo tanto, pasar por un situación como esa lo había destabilizado por completo, sin mencionar que era algo no conocido. Un gran problema no ocurrido jamás.
— Necesito hablar con ellos.— ni siquiera sonó como una petición más bien fue como una demanda.
— No, eso es un error. — su rostro se notaba preocupado— No puedo permitirlo.
— ¿Por qué no?
— Tú misma lo has dicho, están locos. Nada de lo que ellos puedan decirte cambiará algo, quizá solo mientan y te digan cosas para dañarte.
¿Dañarme?
Si supiera que el que quería dañarme realmente estaba a pocos metros de nosotros, no hubiese dicho eso. Si supiera que era Víktor la persona más dañina del mundo, tendría más cuidado. Si supiera que... no, Léonard ya lo sabía. Él tenía el conocimiento a absolutamente todo, él era el dueño del lugar. No entendía por qué hablaba de daño, cuando la persona más peligrosa aun permanecía en la sala 3.
¿Acaso había olvidado que todo ese asunto era creación de Heber? Fue él el único causante del desastre. Era a él a quien debía de prohibirle que lo vieran. Era él con quien debía de tener cuidado, no con los otros.
El paciente 07 era el monstruo, nadie más.
Pero, al parecer, mi jefe no podía verlo. Estaba cegado aun teniendo el problema frente a sus ojos. Si sabía por qué mis compañeros llegaron a la instancia en la que se encontraban, ¿Por qué no aceptar a quien los llevó hasta allí?
¿Por qué temía el actuar de los demás y no el del verdadero culpable?
Y lo más importante, y un tanto confuso. Sabiéndolo todo, ¿Por qué fui la elegida? Entre tantos otros y con más años ejerciendo la profesión. Entre sus amigos, y colegas más confiables, ¿Por qué mi nombre apareció como la mejor solución a ese problema andante que era Víktor?
— ¿Por qué yo? ¿Por qué me elegiste a mí conociendo lo que les pasó a los demás?— esa era la gran pregunta del día.
Ya me lo había cuestionado con anticipación, pero aun tenía mis dudas. No era como no estuviera segura de que daría mi mayor esfuerzo para hacerlo, o que me quedaría pensando cuál era la posibilidad de éxito. La realidad era que, sin importar la respuesta que yo misma me diera, necesitaba saber la verdadera razón por la cual estaba en esa parte del psiquiátrico, conociendo a un nuevo paciente.
— Porque confío en ti, eres fuerte y una de las mejores en este lugar. No podría dárselo a nadie más que no fueras tú. — aseguró sin titubear.
Qué conmovedor.
En otro momento le hubiese aplaudido y dado un premio por tan bonitas palabras. Lo hubiera abrazado y agradecido por el alto grado de confíanza hacia mí.
Pero ese no era el caso, él me metió en una situación complicada, donde todo estaba en juego… principalmente mi mente. Porque sí, aunque me costara aceptarlo, tenía miedo. Si los demás cayeron, era de esperarse que yo también lo hiciera. Tarde o temprano iría por los pasillos gritando quién sabía qué cosa, y usaría un maldito traje azul oscuro con un número de habitación en mi pecho y espalda.
Demasiados pensamientos negativos, pero ¿Qué más daba? Sabía que no sería tan sencillo como eso, y que, pensara lo que pensara, todavía tenía tiempo para poder crear un ataque de contingencia si era necesario.
Debía de grabarme en el cerebro que no podía permitirme el lujo de dejarme influenciar por las palabras de Víktor.
— Agradezco tu confianza, en verdad que lo hago.— aclaré, lo que menos quería era menospreciar sus palabras.
— ¿Pero?— inquirió— Siempre hay un pero...
En ese caso, había más de un solo pero, aun así me mantendría callada. No quería decir lo que me atormentaba, y debía de admitir que realmente estaba agotada de notarlo absolutamente todo.
Suspiré, relajando mi cuerpo.
— Esta vez no hay peros.— mentí descaradamente— Solo quería dejar en claro que aprecio lo que has hecho por mí.— le sonreí— Sé que notas mi trabajo y por eso estoy aquí hoy.— dije, refiriéndome a ese lado del psiquiátrico.
— Eres una excelente psicóloga y jamás dejaré de recordártelo.
— Gracias.
— ¿Por qué no mejor vuelves a tu casa y descansas? Olvida todo lo de hoy.— propuso, como si fuera tan sencillo.
Hice una mueca de desagrado.
— Podría olvidarlo, pero de todas formas tengo que volver. Recuerda que es mi trabajo, no puedo deshacerme de él tan fácil.— dije lo obvio.
Comenzó a reír a carcajadas, mientras que negaba. Ojalá yo pudiera reírme sin preocupaciones, o temores.
Solo habían pasado unas horas desde que había amanecido, y yo ya pedía mi rutina de regreso.
Léonard colocó su mano en mi hombro, llamando mi atención.
— Si sientes que esto es mucho para tí, por favor, hazmelo saber.— pidió— No voy a permitir que te sientas incómoda por un caso que no quieres.
¿Abandonarlo todo o arriesgarse?
Me encontraba en una encrucijada: o seguía por el mismo camino y dejaba de pensar en el dañino futuro que podría llegar a tener, o simplemente hacia como si nada ocurría y continuaba con mi trabajo hasta el final. Dos opciones demasiado tentadoras para mí, pero solo podía elegir una y eso se me dificultaba.
¿Estabilidad mental o estabilidad financiera?
Para cualquiera sería sencillo tomar la primera, al fin de cuentas más adelante podría tener otro caso o encontrar otro lugar de trabajo. Pero, en esa situación, estábamos hablando de mí, por lo tanto era mi responsabilidad pensar con claridad y tomar una decisión, ¿Lo malo? No quería decepcionar a nadie. Ni a Léonard, que confió en mí y en mi capacidad, ni mucho menos a mí misma. Porque sabía la terquedad que corría por mis venas, sabía que la confíanza era lo último que se perdía. Y dijeran lo que dijeran, yo confiaba en mi poder de lograr lo que me proponía.
Así que, aunque fuera equivocada, la decisión estaba clara.
— No te preocupes, estaré bien.— respondí.
— De acuerdo, entonces vete y vuelve con más ánimo, como antes.
— Lo intentaré.— sonreí sin ganas— Hasta luego, Léonard.
— Nos vemos.— se despidió.
Di unos cuantos pasos antes de determe y recordar la lista mental sobre cosas que debía de hacer por Víktor. Aunque no se lo mereciera realmente, quería que estuviera a gusto.
— Por cierto...— hablé, volteando a verlo— ¿Crees que puedas conseguir un talle más grande para el overol de mi paciente?
— Me da gusto saber que te preocupas por él.— sonrió.
— ¿Por qué? ¿Por qué te da gusto saberlo?— pregunté un tanto confundida.
— Porque eres la primera que se preocupa por su bienestar.— confesó.
¿Era la primera? ¿Eso significaba algo? Quizá si Víktor era consciente de eso, terminaría con todo su maldito juego de una vez y sin llegar a una situación comprometedora y conflictiva. Realmente esperaba que mi actitud benevolente sirviera de algo, aunque tampoco lo hacia por esa razón. Sí me importa mi paciente, pero si con eso ganaba puntos a mi favor, entonces lo haría con mayor gusto.
Teniendo en claro eso, el saber que era la primera me causó nostalgia y pena. Veinte personas estuvieron antes que yo, ¡Veinte! y ninguna de ella hizo algo al respecto. Por un lado estaba el hecho de que ninguno de mis compañeros comentaran la situación para cambiarla, y por otro lado estaba Léonard. Sabía que era un hombre educado y atento, creí que ser dueño de un psiquiátrico consistía en darle un buen y acogedor lugar a los huéspedes no que un empleado tuviera que hablar para que se encargara de asunto.
En ese momento entendí que la intensa rabia que Heber guardaba en su interior no era por nada. Hasta yo me hubiese comportado de esa manera si me trataban de una forma inhumana.
Eran pacientes, no animales.
— De acuerdo, ¿Puedes o no?— volví a decir.
— Claro que puedo.
— Gracias, ¿También podrías agregarles otras cosas a sus comidas? No sé, algo como frutas y verduras.
Léonard rió divertido.
— Sí, puedo. Ahora vete.
— De acuerdo. Adiós.— dije, volviendo a mi caminar.
— Cuídate. — lo escuché decir.
«“Cuídate de la silueta…”»
Las palabras de Víktor merodeaban dentro de mi mente, haciéndome dudar de todo.
¿Era verdad que la silueta aparecería?
Sin pensarlo tanto, avancé por el pasillo, rumbo al ascensor. Quería salir del edificio a toda velocidad sin mirar atrás. Sentía que me faltaba el aire, algo me estaba sofocando. Pasé mis manos sobre mi rostro mientras que controlaba mis pensamientos.
No podía seguir así, recién había comenzando ese caso y era imposible que me afectara tan rápido. Yo no terminaría como los demás, eso era algo que tenía que cumplir. Yo sería la excepción, ellos tuvieron mala suerte, yo triunfaría.
Cuando salí del psiquiátrico el clima ya no era el mismo. Pasó de estar brillante con un bello sol que te abraza con su calor, a estar nublado a punto de llover. Sin duda alguna yo no era la única que había tenido un cambio radical ese día.
Caminé hasta la entrada y llamé a un taxi. Esperé en silenci durante unos largos minutos hasta que llegó. Me subí en él, relajandome lo más que podía y dejando que el conductor hiciera el trayecto hasta llegar a mi casa.
Si había algo que hiciera que volviera a la normalidad rápidamente, eso era estar en mi hogar. Estar rodeada de mis pertenencias… lejos de Víktor y sus locuras.
***
El estar en un lugar que conocías bien, era una sensación de paz absoluta. Sabías que nada malo podía pasarte, estabas segura entre cuatro paredes que reconocerias a la perfección por más que pasaran años sin poder verlas.
La seguridad te daba la bienvenida de una manera especial, invitandote a ponerte cómoda y olvidarte del mundo exterior y sus problemas rápidamente. Despejando tu mente con solo abrir sus puertas, poder oler el aroma tan satisfactorio que desprendía cada una de las cosas que adornaban el lugar.
Sentirte plena con solo pisar la vivienda que te había visto madurar durante tantos años.
Eso era lo que sentí al llegar a mi hogar.
El silencio me había recibido como la mayoría de los días, un silencio que me invitaba a servirte una taza de café y relajarme.
Dejé mi juego de llaves sobre el cuenco que había cerca de la puerta principal, y me adentré por la sala. Observé la grandiosa chimenea de ladrillo al final del lugar y sonreí, recordando las muchas veces que quise tener una especie de fogata e intenté calentar malvadiscos en ella. Cabía aclarar que nada salió como lo esperaba, y terminaba riendo, viendo como los trozos blancos de la golosina se desprendían del palillo y desaparecían entre las llamas del fuego.
Jamás lo intenten en sus casas, no funciona.
Esbocé una sonrisa lastimera cuando mi vista chocó con los sillones grises en forma de L que hacian juego con la mesita redonda frente a la chimenea. Diversos recuerdos con mi mejor amigo inundaron mi mente de inmediato: las veces que hicimos pijamas y amanecimos durmiendo en ellos, o también cuando teníamos pequeñas discusiones y nos arreglabamos con una guerra de cojines.
Sí, éramos un poco extraños cuando estábamos juntos. Pero esos simples momentos eran inolvidables y demasiado importantes para mí.
Lo echaba de menos. Quería volverlo a ver lo más pronto posible.
Suspiré antes de seguir mi camino, y avanzar por el corto pasillo que me llevaría a mi cocina.
Amaba mi casa y como estaba construida, la arquitectura que poseía era mi favorita; los pisos de madera brillosa, los muebles perfectamente hechos y colocados. El claro color de las paredes que hacia contraste con todo lo demás, mis hermosos estrodomésticos que me saludaban desde su respectivo lugar.
Mi preciada cafetera, con mi taza preferida a su lado. Mi amado café; amargo y negro, queriendo ser servido y degustado por mí.
Se notaba que era mi bebida favorita, ¿Verdad?
La cafeína era mi acompañante desde adolescente y no podía dejarla ir por más que quisiera. Siempre estaba ahí en las mañanas esperando liberar su humeante olor, queriendo quitarme toda fatiga y prepararme para un nuevo día.
Fuera invierno o verano, el líquido oscuro siempre aparecía frente a mí en una taza.
Así había pasado todos esos años, y, después de lo vivido en el psiquiátrico esa mañana, una vez más me encontraba aferrandome a mi fiel amiga cafeína.
Con lo que parecía ser una danza alegre e interminable, esperé a que la cafetera calentara su contenido. Ya con mi taza humeante, apoyé mi cuerpo en la encimera y dejé que mi vista volara hacia el patio. El enorme ventanal que había en mi cocina dejaba ver por completo el exterior; la enorme fuente que constantemente liberaba agua y el árbol alto y grueso que estaba a su lado, y detrás de ellos el gran muro de dos metros de altura que los resguardaba. Siempre que podía los observaba y contemplaba su elegante color, pero ese día no tenían el mismo brillo que siempre les notaba. Sus colores eran opacos y oscuros, quizá porque el clima no les favorecía.
Me había dado cuenta que desde esa mañana había comenzado a distinguir más las cosas que me rodeaban, y a usar mi vista y oído más detalladamente. Mis sentidos se activaron a un nivel nunca antes llegado, y estaban en alerta. Quizá eso podía ser un punto a favor, pero no lo veía de ese modo en ese momento. No cuando ni siquiera podía pensar en qué ocurriría a la mañana siguiente.
El caso de Víktor, eso era lo que me preocupaba.
Me mordí la uña pensando en cuál sería el paso que continuaría. Tenía que pensar ideas y formas de evitar a toda costa que él me debilitara con sus palabras. Demasiado había tenido ya ese día. No podía seguir con lo mismo, tenía que terminar con ese juego del gato y el ratón que él había iniciado.
Teniendo conciencia de qué debía de permitir y qué no, la pregunta del millón apareció: ¿Cómo lo haría?
Heber dejó en claro que, si realmente él no quería, el conocer su historia se convertía en una tarea complicada, por más que usara diversos trucos para llegar a intentarlo. Él sabía qué decir para que el tema quedaba en segundo lugar, y que su maldad quedara primera.
Supuse que usó todos esos meses de encierro para estudiar nuestra rutina y saber qué táctica utilizar para lograr lo que quería. Por alguna razón los demás psicólogos no pudieron seguirles el ritmo, solo fueron capaces de copiar su locura y ser un paciente más a la lista.
Seguiría teniendo mis dudas de cómo fue lo sucedió y por qué, después de que algunos se volvieran locos, no hicieron algo al respecto. Si usar el método principal no funcionó, ¿Por qué no lo canbiaron por otro? Si veían que nada servía, ¿Por qué no transladaron a Víktor a otro psiquiátrico?
¿Por qué tenía tanta libertad sabiendo el mal que había hecho?
Moví mi cabeza de un lado a otro, notando la oscuridad que me rodeaba.
Me había pasado un par de horas mirando el patio, mientras que trataba de hallar una solución a mi problema. La tercer taza de café había quedado vacía sobre la encimera treinta minutos antes. La cafeína corría por todo mi ser pero no parecía tener ningún efecto, se suponía que debía de estar más alerta que nunca por todo lo bebido. Pero, después de la adrenalina pura vivida esa mañana, sabía que no importaba si dejaba el café o no, mis sentidos estarían más agudizados con o sin su ayuda.
Las luces fueron encendidas, dejando notar la negrura del exterior. Las nubes se habían vuelto más espesas y oscuras mientras que yo idealizaba un plan para mi trabajo.
La tormenta se acercaba.
Me abracé a mí misma cuando sentí frío. En esos momentos era cuando me sentía sola, en una casa de dos pisos sin nadie de compañía. Necesitaba a mi mejor amigo, mi ancla que me salvaba de todo lo malo. El ser que, con solo una palabra, te fortalecía y hacia ver lo bonito de la vida. Quien únicamente con su existencia hacia que tu día se tranformara en uno cálido, lleno de color y aromas deliciosos.
Él era la persona más cercana que tenía, la que siempre había estado para mí sin importar absolutamente nada. Pero que, en ese día y como en tantos otros, no estaba conmigo dándome ánimos. Y eso solo arruinaba más las cosas.
Todo mi alrededor se podía resumir en dos únicas palabras: soledad y oscuridad. Incluso el clima era aterrador, como una escena salida de una película de terror.
Detente.
Negué antes de voltear y darle la espalda al ventanal.
Decidí dejar de pensar en cosas negativas y preparar la cena. Comer algo liviano y sano, para luego ir a descansar. Dormir para afrontar el día siguiente, eso era lo que necesitaba. Aunque sabía que no seria tan fácil como se decía.
Había algo en mí que cambió, y no podía encontrar lo que era, pero sentía su existencia. Había una cosa hostil y lúgubre que me advertía que debía de estar en alerta. Olvidar las cosas absurdas y sin sentido, y ponerle frente a lo que estaba por llegar porque era poderoso.
Ni siquiera podía compreder qué era exactamente a lo que le tenía que dar la bienvenida, si es que fuera necesario. O cuándo estaría frente a mí, tampoco sabía su aspecto o si realmente sucedería. Pero mi cuerpo me estaba anticipando a que estuviera lista.
Aun así, y apartando la preparación, sentí que no podría controlar lo que se aproximaba. No era como si tuviera la razón precisa para esa sensación, pero el mismo aire, que parecía tosco y ostil, me dejaba en claro que no estaría lo suficientemente preparada para la ocasión.
Lo mejor sería arrancar la página, tirarla a la papelera y comenzar de nuevo en una hoja blanca sin ningún tipo de mancha. Tomar otra dirección en la primera salida en U que el camino tuviera y decirle adiós a aquel viaje sin destino confirmado.
Sí, esa sería una salida fácil y sin obstáculos, lo malo era que, a mí parecer, lo sencillo me aburría y siempre estaría buscando un poco de acción aunque me arrepintiera después.
Por lo tanto, era mi problema si los pensamientos negativos y un tanto conflictivos permanecían en mi mente aun cuando me concentré en contar las verduras para mi cena, tratando de no lastirmame, ¿Verdad? Cualquiera pudo haberme advertido que estaba equivocada y que buscara lo más sensato para mí, pero sería yo quien eligiera al final. Y como siempre, sería un error.
¿Cuántas veces nos habían hablado y tratado de convencer para que no cometieramos una locura y nosotros no les habíamos hecho caso? Nos habríamos ahorrado tantos momentos espantosos si hubiésemos seguido los consejos de nuestros amigos y familiares. Pero, la verdad era que éramos humanos y por lo tanto teníamos la libertad y el derecho de caer en problemas y volver a levantarnos cuando los solucionabamos.
Así que, si yo estaba equivocada, tarde o temprano volvería a resurgir. Siempre y cuando la maldad no me obligara a sucumbir demasiado pronto, antes de siquiera poder intentarlo.
Mi cena duró media hora, pero mis pensamientos estuvieron presentes por mucho más tiempo. Me acompañaron hasta el segundo nivel de mi casa, donde una cálida ducha me esperaba.
No medí los minutos transcurridos en los que pasé bajo el agua tibia que recorría mi cuerpo, tampoco la cantidad de veces que el jabón cubrió por completo cada centímetro de pie. Dejé que el mundo siguiera corriendo en su rutina diaria y me perdí en la claridad reconfortante del agua, que desaparecía por el ducto del drenaje.
Ojalá todos mis conflictos se perdieran tan fácilmente.
Acababa de ducharme cuando la lluvia se hizo presente, borrando toda noche serena.
El viento soplaba con demasiada fuerza, provocando que el pequeño portón de la entrada se abriera y comenzara a chillar. Podía jurar que algunas de las ramas de árboles chocaban contra las ventanas, creando sonidos escalofriantes en las casas de mis vecinos. También podía escuchar algunas cosas pesadas caer y otras ser movidas, únicamente por el violento aire.
La tormenta había iniciado, mostrando todo su poder.
Bostezando, me adentré a mi habitación y lo primero que capté con mi vista era la cama matrimonial que aparecía frente a mí, y a su lado la mesita de noche donde descansaba mi célular, una lámpara roja y el jodido reloj negro que esa mañana no había sonado. Quizá ya era tiempo de cambiarlo por uno de último modelo y que funcionara todos los días y no cuando se le antojara.
Encogiendome de hombros, cerré la puerta y me dirigí hacia el pequeño armario de madera, donde guardaba toda mi modesta vestimenta. Entre percheros y motañas de ropa, busqué mi pijama favorito, que contaba con una camiseta gris y un short chándal azul. Una vez lista, apagué la luz y tanteé hasta dar con mi cama y me acosté.
Suspiré cuando la sedosidad y suavidad me rodeó y abrigó por completo, amaba la sensación de relajación que mi cuerpo experimentaba cada vez que tocaba el colchón.
Dejando que mi cabeza y extremidades permanecieran en una posición cómoda, obligué que mi mente quedara en un absoluto blanco. Necesitaba descansar sin problemas. No quería pensar en nada que no fuera en cosas bonitas y calmadas, que hicieran que la somnolencia llegara más rápido. Y no había nada mejor que consiliar el sueño con unas bolas de lana blancas, brincando de un lado a otro y con un inmenso e inexplicable número sobre ellas.
Cerré mis párpados y las típicas ovejas imaginarias saltando sobre una cerca aparecieron de inmediato. Era normal continuar practicando ese mito, ¿Verdad? Quizá ya era un tanto viejo, y para muchos parecía no funcionar. Pero aceptaba que, sin importar su eficacia mundial, conmigo hacia maravillas y por lo tanto era una táctica que usaba casi a diario.
Minutos después mi cuerpo se relajó y me dormí… creyendo que cuando abriera los ojos ya vería el sol. Que el canto de las aves sería lo que escucharía, en vez de mi alarma. Que me sentía plena y descansada, que las ojeras casi negras estuvieran menos marcadas. Tantas cosas creí.
Pero no, nada de eso sucedió.
La noche apenas iniciaba.
Un estruendo me había despertado, haciéndome saltar de la cama. Mi corazón bombeó alocadamente y siendo inconciente, o más bien recordando mi niñez, llevé mis manos a mis oídos en un fracasado intento de cubrir lo más posible el feo sonido que me había asustado. Si es que volvía a escucharse.
El repiqueteo de las gotas de lluvia chocando abrupta y constantemente contra mi ventana era el único sonido predominante. La tormenta estaba en su punto más alto, el viento no había parado y cada vez parecía más furioso.
Miré a mi alrededor y me encontré rodeada de oscuridad, ni siquiera la luz exterior de los vecinos que siempre se colaba por la separación de mi cortina estaba encendida. Extendí mi mano hacia un costado y comencé a tantear todo hasta que di con lo que estaba buscando. Intenté prender la lámpara que estaba en la mesita de noche cerca de mi cama, pero no funcionó.
No había electricidad, fantástico.
Tormenta y oscuridad, no era una buena combinación.
Refunfuñé, un tanto frustrada.
No me gustaba que no hubiera iluminación, mucho menos que lloviera torrencialmente de noche. Debía de admitir que tenía cierto pánico a eso último, ni siquiera sabía cómo había ocurrido o si había pasado por un suceso traumático que tuviera algo que ver con: lluvía, truenos y mucho viento. Supuse que, cuando era niña, ese fue mi miedo y quedó incrustado en mi ser, sin poder evitarlo, ni olvidarlo... no lo sabía, no lo recordaba.
Volví a mi posición anterior, me acurruqué entre mis sábanas dispuesta a volver a dormir. Sabía que si no lo hacía comenzaría a pensar cosas que no debía. Comencé a darles leves golpes a mis dedos con mis nudillos, tratando de relajarme y así mi trabajo de descansar no se complicara tanto.
Estaba a punto de quedarme dormida cuando oí pasos acercándose, ¿Había escuchado bien? Tenía que haber un error. Eso era imposible, estaba sola, ni siquiera tenía mascota como para explicar ese sonido extraño.
Me senté sobre la cama, apoyando mi espalda sobre el respaldar de la cama, y miré hacia la puerta de mi habitación, estaba entreabierta. Lo que me pareció raro, ya que recordaba haberla cerrado. Agunicé mis vista y cuando mis pupilas se acostumbraron a la oscuridad, pude ver todo más fácil.
No había nada, pero podía sentirme vigilada…
«“Sabes que está ahí, espiándote, asechándote… queriendo apoderarse de ti.”»
Las palabras de Víktor volvieron y no en el momento correcto.
Por favor, que no fuera nada de eso.
Podía sentir mi corazón martillando mi pecho, mi respiración acelerada y mis manos apretando con fuerza las sábanas. Mis sentidos auditivos se activaron de sobremanera, detallando cada maldito sonido que me rodeaba. Mi piel se erizo a verse demasiada expuesta.
El pánico se llevó la tranquilidad y paz de mi hogar, y el miedo tomó el primer lugar. Dejándome completamente vulnerable.
¿Cómo era posible sentirse de ese modo tan fácil? Aún no había pasado nada extraño y mi cuerpo ya estaba mostrándose inseguro con todo lo que lo rodeaba. La más minúscula partícula que volara en mi habitación podía ser presentada aunque fuera imposible, haciendo que la tensión fuera más palpable.
Un relámpago ahuyentó la oscuridad por unos segundos, pero el temor se hizo más grande.
Quise moverme pero no pude, deseé inclinarme hacia un lado y tomar mi célular para poder alumbrar con su linterna, pero mi cuerpo estaba tan rígido que no aceptaba órden alguna... quise dejar de ver hacia la puerta pero algo me lo impedía.
Intriga. Eso era lo que sentía.
Nada malo podía suceder si no le dabas permiso a tu mente para que jugase contigo, para que tomara tus miedo más recónditos y los utilizara en tu contra. Hasta esa noche fue ignorante del pavor que le tenía a la oscuridad, y a todo lo que ella significaba.
El juego había dado inicio.
Mente versus realidad, ¿Quién podía ganar cuando todo parecía estar en su contra? Ella, la oscuridad, se consagraría victoriosa rápidamente. Porque en ese caso, no había obstáculo que la detuviera. Ella ya tenia el control sobre mí.
Y como siempre sucedía, el exterior hizo de las suyas para aportar en su juego.
La tormenta de fuera pareció calmarse con velocidad; no oí más el viento chocando contra la ventana, no sentí más las sábanas que rodeaban mi cuerpo… mis sentidos se apagaron, esperando lo peor.
Y eso estaba a punto de suceder.
La calma se desvaneció en cuanto noté que la puerta se abría más y más, el desagradable sonido chillante que jamás hizo, esa noche apareció poniéndome los pelos de punta. Mi respirar se cortó, y mis párpados se abrieron demasiado cuando lo vi.
La silueta… los ojos rojos.
Era imposible no notarlo, parecía más oscuro que todo lo demás. La negrura absoluta no era nada a comparación de su ser; tan diabólico y aterrador. Tan oscuro que no había comparación.
Las diversas emociones me consumieron, al igual que estrategias para salir de allí y estar a salvo. Pero nada funcionó, mi cuerpo parecía pegado al colchón, y mi mente divagaba entre tantos escenarios donde todo terminaba mal para mí, que me asusté.
Era escalofriante, tanto que no supe qué hacer cuando dio un paso hacia delante…
Mi cuerpo estaba sudando, y temblando. Un dolor pulsante recorría mi espalda por haber permanecido apoyada sobre el duro y frío respaldar de la cama por barios minutos. Mi respiración estaba demasiado agitada, como si hubiese corrido un maratón. Las palmas de mis manos ardían de tanto que mis uñas se habían clavado en ellas por tanto tiempo y con mucha fuerza.
Lo primero que había hecho cuando abrí mis ojos fue ver frente a mí y percatarme de que no hubiera alguien más que yo en esa habitación. La clara cortina dejaba entrar la tenue luz de la casa de al lado.
Observé la puerta de madera y la encontré completamente cerrada, tal y como la había dejado antes de dormirme... como debió de permanecer durante toda la noche.
Eran las tres y media de la madrugada cuando me desperté exaltada, y un tanto asfixiada. Había tenido una pesadilla, todo fue una maldita pesadilla que se había sentido tan real.
Llevé una de mis manos a mi pecho y traté de regulizar mi respiración y el latir de mi corazón. Nada había pasado. Solo había sido un mal momento, producto del cansancio y estrés vivido ese día.
Sí, todo tenía una explicación. Y si no era así, entonces más me valía tratar de crear una antes de que todo empeorara. Debía de aferrarme a algo, sino me derrumbaría con facilidad.
Porque, aún podía sentir el pánico, y la adrenalina correr por mis venas. Había sido espantoso, el verlo y no poder hacer nada. Las palabras de Víktor se habían hecho realidad y no sabía qué pensar, él tenía razón o quizá yo me lo había tomado muy en serio.
Pero lo que sí sabía era que ese había sido el comienzo de algo que no tendría fin. Podía sentirlo… aún podía sentir su presencia.
Porque esa había sido su primera aparición.
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